Una tarde de primavera, suaves rayos del sol iluminaban una tranquila habitación, dentro de la cual Johan escribía cierto documento. Terminó la página en la que estaba trabajando, dejó el bolígrafo y estiró los hombros.
Miró hacia la puerta, pero no parecía que nadie fuera a entrar. Entonces miró a su taza y la encontró vacía. Suspiró y tomó la taza mientras se levantaba. Luego se dirigió a la cocina que había sido construida el año pasado en el instituto.
— ¿Puedo ayudarlo en algo, señor Valdec? —Preguntó la chef cuando lo vio entrar.
— ¿Podría pedir un poco de té?
—Inmediatamente. —La chef tomó la taza y se fue.
Johan la miró distraídamente, ya que todo lo que podía hacer ahora era esperar a que ella terminara de preparar su té.
No había pasado tanto tiempo desde que se construyó la cocina y, se había vuelto normal tener agua caliente ya preparada. Los chefs habían comenzado a hacerlo, ya que Sei bebía mucho té mientras trabajaba. No les tomaba mucho trabajo adicional tener agua caliente preparada, ya que siempre estaban hirviendo agua mientras preparaban el almuerzo y la cena.
Ahora que esta agua caliente estaba disponible con regularidad, otros investigadores también habían comenzado a beber té. Resultaba que Johan era uno de ellos.
Claro, algunas personas ya bebían té antes de que se construyera la cocina, aunque ¿cómo hacían hervir el agua? Ah, cierto. Utilizaban sus aparatos de investigación.
Este nuevo hábito de todos no era lo único que había cambiado con la nueva cocina. Antes de que se construyera, varios investigadores habían perdido el hábito de comer algo mínimamente parecido a comida real, tal vez porque el comedor del palacio estaba muy lejos. Pero después de la cocina y, de los platillos de Sei, incluso esos investigadores habían comenzado a comer adecuadamente.
La corta distancia era una cosa, pero las comidas en sí mismas eran divinas, tanto que incluso Johan, quien nunca había tenido mucho interés en la comida, iba para actuar de catador cada vez que Sei estaba en la cocina.
Honestamente, desde su llegada, la atmósfera del instituto había cambiado bastante.
— ¿Johan?
Johan escuchó una voz detrás de él y se volteó para encontrarse a Jude llegando con una taza en la mano, tal como lo había hecho Johan.
— ¿También viniste por un poco de té? —Preguntó Jude.
—Me atrapaste, —dijo Johan. — ¿Tú también?
—Sí. Sei suele hacer té a esta hora, así que terminó haciéndose un hábito.
— ¿De verdad?
—No obstante, también te pasa lo mismo a ti, ¿no? Ya que ella siempre te llevaba una taza.
Johan se tocó la barbilla mientras pensaba. De hecho, Sei tenía la costumbre de llevarle té a su oficina. —Mm, tienes razón.
Hace solo unos minutos, sentía que me faltaba algo… ¿Era esto? Ni siquiera me di cuenta de cuánto ha afectado a mi vida. Johan no pudo evitar mostrar una sonrisa tensa.
Jude tenía una expresión curiosa al notar la extraña mirada de Johan.
—Me pregunto qué estará haciendo ahora mismo, —se preguntó de repente Johan en voz alta.
—Mmm. Probablemente haciendo lo que siempre hace.
—De hecho, considerando a dónde se ha ido. Estoy seguro de que ya está haciendo pociones.
—Y probablemente demasiadas.
Los dos imaginaron las payasadas de Sei en el lejano feudo Klausner. Seguros en su creencia de que sería la misma Sei de siempre, los dos compartieron una risita. El feudo Klausner era conocido como la tierra santa de los alquimistas. En todo caso, probablemente estaba más animada de lo habitual.
—Apuesto a que probablemente también esté cocinando, —dijo Jude.
—Oh, yo no estaría tan seguro de eso. Le advertí que no cocinara en lugares públicos.
—Oh, sí, lo recuerdo. Pero fue con la tercera orden, ¿verdad?
Johan tenía una mirada que hizo que Jude se preocupara de haber desencadenado algún recuerdo desagradable.
Sei era completamente seria y obedecía las instrucciones de Johan sin dudarlo. Cuando descubrieron que las comidas de Sei mejoraban considerablemente las habilidades físicas de quienes la consumían, ella había obedecido concienzudamente su orden de no cocinar en público. Sin embargo, seguía cocinando en privado, como en el instituto, por ejemplo.
Como tal, la mayoría de la comida de Sei era devorada por los investigadores, pero una vez la había compartido con los caballeros de la tercera orden, ya que habían escuchado lo deliciosa que eran sus platillos y se lo habían pedido específicamente. La tercera orden también había estado presente cuando descubrieron los efectos de la comida de Sei, así que como no tenía sentido tratar de ocultarles sus habilidades, Johan le había permitido cocinar para ellos.
Naturalmente, se había asegurado de que los caballeros mantuvieran los efectos de su comida como un secreto muy bien guardado. Esa había sido la condición para permitirles seguir consumiendo su comida. Sin embargo, dado que había recibido el permiso una vez, existía la posibilidad de que Sei volviera a cocinar para los caballeros si se lo preguntaban y eran los únicos alrededor, sin importar la ubicación.
Johan sabía que Sei complacía a sus conocidos y era del tipo de persona que odiaba rechazar solicitudes. De hecho, incluso si los caballeros no le pedían que les cocinara, lo más probable era que ella terminara haciéndolo de todos modos mientras se preparaba su comida. Después de todo, hacía lo mismo en el instituto.
Johan elevó la mirada, contemplativo. El palacio le había ordenado que mantuviera en secreto los extraordinarios poderes de Sei, especialmente aquellos que iban más allá del alcance de las historias contadas sobre la santa. Algunas de las habilidades que había manifestado eran inconcebibles. ¿Qué tipo de caos se produciría si se dieran a conocer?
Johan comprendía por qué el palacio estaba tan preocupado y por qué habían ordenado ese secretismo y, cumplía sus deseos lo mejor que podía.
Sin embargo, de todos los poderes de Sei, su destreza en la cocina era relativamente razonable. La comida que hacía no tenía tanto efecto como sus pociones, así que en realidad, Johan probablemente no necesitaba preocuparse tanto por eso. En cualquier caso, Sei no era la única persona que podía preparar comidas que mejoraran las habilidades físicas. Mientras una persona poseyera habilidades para cocinar, también podría preparar platos con beneficios, aunque, como siempre, había una diferencia en el grado de efectividad.
Sin mencionar que no hay nada que pueda hacer ahora que ella está en un lugar lejano, pensó Johan. Por el momento, tendría que dejar a Sei al cuidado de su mejor amigo. Se dijo a sí mismo que debía dejar de obsesionarse tanto con eso.
—Creo que me está dando hambre, —dijo Johan. Pensar en la comida de Sei estaba empezando a despertarle el apetito.
—Oh, estaba pensando en lo mismo.
Los dos rieron juntos. Sei de verdad había cambiado sus vidas.
En ese momento, la chef se acercó con una bandeja en la mano. —Perdón por haberlos hecho esperar.
— ¿Eh? ¿Qué es esto?
—Pensé que podrían tener hambre.
Encima de la bandeja había dos platos grandes con una taza llena de té de hierbas en cada uno. Acompañando las tazas había dos tipos de sándwiches que Sei había hecho una vez. Uno tenía pepinos finamente picados y hierbas con mayonesa, mientras que el otro era un sándwich de huevo cocido.
La chef había recordado lo que Sei solía preparar para el té de la tarde. El estómago de cualquiera gruñiría un poco al ver una comida tan deliciosa.
—Gracias, —le dijo Johan a la chef. —Justo a tiempo.
—Gracias, —repitió Jude. —Bueno, Johan, debería volver a mi escritorio.
—Yo también. —Johan se aclaró la garganta y tomó un plato de la bandeja.
Jude hizo lo mismo y se dio media vuelta para regresar al laboratorio. Mientras Jude se iba, Johan miró el plato. Era bastante grande, lo que distaba mucho de lo que se acostumbraba en el reino de Salutania, que tendía a platos diminutos para cualquier tipo de comida, pero uno grande era mucho más fácil de transportar. Sei a menudo elegía esos platos para poder llevar su comida y bocadillos juntos.
Johan y Jude estaban lejos de ser los únicos que habían sido cambiados por Sei. Siempre lograba encontrar la forma de cambiar a aquellos a su alrededor incluso aunque afirmara que quería vivir una vida normal. Sin duda, también sería la razón de los futuros cambios que se vendrían en el feudo Klausner.
Era demasiado fácil imaginar a Albert trabajando duro para seguir el ritmo de su torbellino.
Mientras Johan caminaba por el pasillo, se rió entre dientes, imaginando los problemas que le esperaban a su amigo. Con el plato en una mano, regresó a su oficina, esperando que las cosas salieran bien para los dos.