El cielo, que había comenzado a oscurecerse dando paso a la noche, se deforma.
— ¡¿Qué…?!
Marcus se coloca de manera protectora frente a Lilia, coloca una mano en la empuñadura de su espada y, se congela.
En el cielo nocturno, cabello tan oscuro como la noche y un manto negro azabache fluye al viento. Los ojos rojos se abren lentamente.
La figura que flota en el aire no puede ser humana.
— ¿El rey demonio…?
—No puede ser. Escuché que nunca sale del bosque… —Murmura alguien.
Aileen también está mirando con los ojos muy abiertos.
¿Por qué está aquí el príncipe Claude?
No hay ninguna razón para que haga acto de presencia.
El rey demonio desciende hasta tierra firme, mientras los humanos permanecen petrificados, como si los hubiera hechizado.
El primero en liberarse de ese hechizo es Marcus.
— ¡¿Quién eres tú?! ¡¿El rey demonio?!
—…
—Contéstame… ¡Si no lo haces, te arrestaré bajo sospecha!
El filo de su espada brilla bajo el sol del atardecer. Sin embargo, antes de que Aileen pueda protestar, Claude lo intercepta con su propia espada. Los ojos de Marcus se abren de par en par, pero rápidamente ataca de nuevo.
Los ojos de Aileen no pueden seguir los movimientos de Marcus, pero Claude sigue esquivando sin dar un paso o sin mirar siquiera a su oponente. Incluso para un aficionado, la abrumadora diferencia de habilidad es obvia.
— ¡Maldita sea! Lilia, mantente detrás de mí.
—E-Está bien.
Marcus afianza el agarre de su espada, luego ataca, rugiendo mientras avanza.
— ¡¡Aaaaaaaaaaaaaaaah!!
Sin embargo, con un suspiro, Claude murmura, sonando aburrido.
—Humano necio.
Aileen ni siquiera puede ver qué sucede a continuación. Marcus yace en el suelo, aturdido y con los ojos muy abiertos, con una espada apuntando a su garganta.
Sin haberlo mirado una sola vez, Claude envaina su espada. Cuando escucha el sonido que hace la espada contra su vaina, Marcus grita:
—Espera, ¿por qué no me rematas?
—Aileen Lauren D’Autriche.
— ¿S-Sí?
—Tienes mi gratitud.
Ignorando por completo a Marcus, Claude coloca su mano sobre su pecho, inclinando la cabeza hacia Aileen.
Un murmullo recorre a los espectadores. Aileen está igualmente inquieta. Su mente no puede seguir el ritmo de estos acontecimientos. Aun así, Claude continúa:
—Cuando el pequeño fenrir estaba atrapado y asustado, incluso cuando fue mordida, le prestó ayuda sin inmutarse. Como rey demonio, he venido a darle las gracias en persona.
El tono de Claude es diferente al que suele usar. Aileen entiende que le está hablando formalmente, pero no el por qué y, aunque responde, sigue atónita.
— ¿Agradecerme? No hice nada digno de…
—Para evitar desencadenar una guerra con los demonios, incluso aceptó la falsa acusación de que usted era la responsable de lastimar a la cría… Aunque, tristemente, dado que era usted la parte agraviada, nadie se alzó en su defensa.
Ante las palabras de Claude, la gente a su alrededor murmura, intercambiando miradas. Marcus frunce el ceño, paseando su mirada desde Aileen hasta los estudiantes que habían intentado matar al pequeño demonio.
—El demonio al que ayudó está furioso con los humanos que insultaron a su benefactora.
En ese momento, Claude vuelve su mirada hacia las personas detrás de ella. Los que se estremecen son, por supuesto, los chicos que maltrataron al pequeño demonio.
—Sin embargo, si desea perdonarlos, lo dejaré pasar esta vez.
Mientras Aileen lo escucha, atónita, finalmente asimila lo que está pasando.
Vino a ayudarme.
Se ha mostrado para aclarar la falsa acusación que se le hizo.
Aunque no hay ningún beneficio para él al hacer eso.
—Sí… Sus amables palabras son más que suficientes para mí.
Poniendo una mano en su pecho, Aileen finalmente logra dar una breve respuesta. Claude asiente.
—Ya veo. Entonces lo pasaré por alto, por respeto a usted.
Haciendo hincapié en el final de su frase, Claude chasquea los dedos. Inmediatamente, chispas de luz giran a su alrededor.
Es magia. Su ropa rasgada vuelve a su estado original y, el barro y la suciedad de la tela se disuelven y desaparecen. La sangre que se apelmazó en su brazo y el dolor en su pierna también desaparecieron. Todo ha sucedido en meros segundos y, tanto Marcus como Lilia miran fijamente, con los ojos muy abiertos.
— ¿Le duele algo?
—N-No, estoy bien.
—Entonces, la acompañaré a su mansión.
Claude chasquea los dedos por segunda vez. Al instante, un carruaje plateado aparece justo a su lado.
Es majestuoso, tirado por dos caballos negros con lustrosas crines.
— ¡¿De dónde sacaste eso?!
Como era de esperar, Aileen se sorprende. Claude la mira con los ojos muy abiertos y luego sonríe levemente.
Oh.
Es invierno, pero siente un aroma floral. Justo ahora, en alguna parte, han florecido flores. Por alguna razón, está segura de ello.
—Es demasiado pronto para sorprenderse. Su mano, si me permite.
Obedientemente, Aileen extiende la mano. Tomándola, Claude abre la puerta del carruaje.
—Este carruaje vuela.
— ¿Qué?
Los caballos relinchan, desplegando alas de sus espaldas. Son pegasos.
Sorprendida, Aileen se aferra involuntariamente a la cintura de Claude y, tanto ella como el carruaje se elevan ligeramente en el aire.
Dejando a Marcus y los demás aturdidos y boquiabiertos en el suelo, el carruaje comienza a correr hacia el oscuro cielo del atardecer.