Levantándose antes del amanecer, Sonia de Clare se vestía y ofrecía sus oraciones a la estatua de la Madre Santa. A partir de ahí, se dedicaba a realizar sus tareas semanales. Se suponía que esta semana le tocaba poner la mesa para el desayuno.
La abadía real donde residía Sonia era bastante grande, con un orfanato contiguo y un internado para señoritas. El internado servía como una escuela donde las chicas de familias pudientes aprendían sobre el decoro social. Aquí, en el reino de Pharrell, se creía que las muchachas obtendrían una ventaja en la vida si dejaban el hogar para estudiar la palabra de Dios; por lo tanto, un buen número de damas se internaban por un breve período de seis meses a un año.
Por supuesto, eran totalmente libres de quedarse más tiempo para seguir el camino de ser monja. De entre todas estas señoritas, Sonia había estado aquí durante bastante tiempo. Sus padres no sólo habían muerto hace una década, sino que también había perdido a sus hermanos mayores a medida que estos obtenían el título nobiliario y las propiedades familiares. La única mujer, Sonia, era ahora la única descendiente directa del ducado de Clare, el cual poseía una enorme fortuna y vastas tierras.
El tutor de Sonia, el rey de Pharrell, la había enviado a esta abadía. Casi parecía como si estuviera tratando de protegerla de algo…
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Sonia atravesó el impresionante jardín de hierbas de la abadía y caminó por los sencillos y austeros pisos de los pasillos de color marrón chocolate que habían sido pulidos hasta que brillaran. Llamó a la pesada puerta al final del pasillo.
—Adelante, —respondió una gentil voz. Sonia abrió la puerta.
La directora, la abadesa, estaba sentada en su escritorio con la brillante luz del sol que entraba por la ventana cayéndole a sus espaldas.
—Gracias, —respondió Sonia. Extendió el dobladillo de su sencilla falda gris sin adornos con ambas manos mientras hacía una reverencia. Se prohibían los vestidos ostentosos y accesorios para el cabello al ingresar al internado. Todas las chicas vestían uniformes de noviciado.
Una sonrisa benévola cruzó el rostro de la abadesa cuando dijo: —Pasa, querida, —mientras la instaba con un gesto.
Sonia se dirigió hacia el elegante sofá de cuero situado en la parte trasera de la habitación con la elegancia de una dama. Cuando vio quién se encontraba allí, sus ojos azul pálido brillaron de alegría.
— ¡Rey Patrice! —Exclamó Sonia.
—Veo que has estado bien, Sonia, —respondió Patrice. Le dio la bienvenida a Sonia con los brazos abiertos, dándole su mejor sonrisa. Respondiendo al gesto, Sonia no dudó en enterrarse en su pecho. Cualquiera de las monjas que la instruían habría fruncido el ceño ante un comportamiento tan extravagante, pero, plenamente consciente de las circunstancias de Sonia, la sonrisa de la abadesa sólo se hizo más grande mientras miraba en silencio.
—Nunca soñé que vendría en persona, Su Majestad, —dijo Sonia.
Al darse cuenta de lo infantil que era su comportamiento después de abrazar a Patrice mucho más tiempo del que permitía el decoro, Sonia se sonrojó de vergüenza mientras daba un paso atrás para mostrar su mejor comportamiento.
—Quería decirte algo personalmente, así que vine de incógnito, —explicó Patrice.
— ¡Santo Cielo! ¿Qué cosa podría ser?
El cabello rubio dorado que Sonia mantenía atado detrás de ella se balanceaba suavemente de un lado a otro. La adorable vista le recordó a Patrice a su propio primer amor y la nostalgia trajo una sonrisa a sus labios.
— ¿Por qué no damos un pequeño paseo mientras te lo cuento? ¿Me mostrarías el camino?
— ¡Sera un placer! —Respondió Sonia y los dos salieron al claustro que rodeaba el jardín de hierbas.
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Una luz tenue brillaba a través del techo abovedado con vidrieras de la pasarela de piedra blanca. Sonia y Patrice caminaban a paso lento. Con la llegada de la primavera, las mariposas y las abejas volaban afanosamente por el jardín de hierbas de la abadía, atraídas por sus fragancias.
—He decidido con quién te casarás.
— ¿Eh?
El repentino anuncio detuvo a Sonia en seco. Miró a Patrice con la boca abierta de par en par.
Sin esperar provocar tal sorpresa, Patrice sonrió con incómodo mientras continuaba: — ¿Es realmente tan sorprendente? Ya tienes dieciocho años. Eres lo suficientemente mayor como para tener un prometido.
—Lo siento. Es sólo que todo esto es tan repentino…
—Por casualidad, ¿ya posees sentimientos por alguien? —Preguntó Patrice.
— ¡Dios mío, no! Este es un mundo sólo de mujeres. Sabe muy bien que no hay ningún hombre, aparte de usted, autorizado a entrar en el internado por capricho, Su Majestad, —bromeó Sonia.
La imagen de Sonia inflando las mejillas con fastidio hizo que Patrice soltara una carcajada. — ¡Oh, me había olvidado de eso!
—Entonces dígame… ¿conozco al caballero? —Preguntó Sonia en un tono tranquilo, pero podía sentir su corazón acelerado en su pecho.
—Sí, lo conoces. —Patrice se encontró con la mirada expectante que Sonia le dirigía mientras apretaba las manos contra su pecho.
—Mi hijo, Severin…
— ¿El príncipe Severin? —Sonia interrumpió rápidamente.
—Así es, Severin…
Con eso, los ojos de Sonia se llenaron de lágrimas. Se llevó las manos a la cara mientras su rostro se iluminaba.
— ¡El príncipe Severin! ¡No podría estar más feliz! ¡Me esforzaré por ser una buena esposa, rey Patrice!
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—Mmmm…
— ¿Sucede algo, Su Majestad? —Preguntó el desconcertado asistente que acompañaba a Patrice. Desde que se subió al sencillo carruaje utilizado para viajar de incógnito, Patrice había estado gruñendo y murmurando. —Por casualidad, ¿la duquesa Sonia tuvo reparos con su futuro novio?
—No, estaba extasiada… Es sólo que…
— ¿Sólo que…?
—Cabe la posibilidad de que me malinterpretara.
— ¿No se lo explico claramente? —Preguntó el asistente.
—En el momento en que dije es alguien a quien conoces bien y Severin ella comenzó a soñar despierta… Se lo repetí para asegurarme de que me hubiera entendido, pero… dudo que me estuviera escuchando. ¿Ahora ves el problema?
—Ciertamente. No tengo ninguna duda de que piensa: Me voy a casar con el príncipe Severin, —respondió el asistente con un gruñido. Bajó la cabeza al igual que Patrice y señaló: — ¿No significa eso que la duquesa Sonia siente algo por el príncipe Severin?
—Sí, estoy seguro de que sí. La realidad es que ella entró en la abadía cuando tenía ocho años, por lo que Severin y los adultos que lo rodeaban son los únicos hombres que ha conocido. Ella y Severin se llevaban muy pocos años, así que a menudo jugaban juntos.
—Entonces sus sentimientos de amistad se trasformaron en amor romántico… Ella es tan pura… a diferencia del príncipe Severin, —dijo el asistente, sin darse cuenta de que había hablado fuera de lugar. Patrice le lanzó una mirada sombría, pero no podía reprender a su asistente considerando los malos hábitos de su hijo.
En ese momento, el asistente esbozó una sonrisa que emitía un ¡lo tengo! y empezó a explicarle su idea a Patrice. — ¿Por qué no toma esta oportunidad y hace que la duquesa se case con el príncipe? Tal vez él se enamore de su pureza y se convierta en un esposo devoto.
—O Sonia será miserable por el resto de su vida. No puedo convertirla en una víctima del mujeriego de mi hijo.
—Buen punto, —asintió el asistente.
Patrice le lanzó otra mirada sombria por no defender a su hijo mientras continuaba: —Además, Severin no será capaz de disipar la maldición colocada sobre Sonia.
—Espero que se cumpla la revelación divina del Papa. Si no lo hace y él pierde ante la maldición, nuestro reino sufrirá una gran pérdida, —comentó el asistente. Debía estar preocupado por la seguridad del prometido de Sonia, porque una expresión de preocupación cruzó por su rostro.
Patrice abrió la pequeña ventana del carruaje y contempló el paisaje urbano. Durante aproximadamente quince años, el arduo trabajo de ese caballero había mantenido esta tierra al margen de las llamas de la guerra. El bullicio de la gente del pueblo con brillantes sonrisas en medio de este hermoso y ordenado paisaje urbano era una oda a su devoción por su reino y su destreza caballeresca sin igual.
—Odio poner una pesada carga sobre él una vez más… Pero no sólo está la revelación del Papa, también creo que es el único capaz de romper la maldición de Sonia, —dijo Patrice, poniendo fin a la conversación.